Una de las diferencias que reconozco tengo a veces con nuestra sociedad y el mundo corporativo es que el viejo adagio de que “como te ven te tratan” es una postura que a diferencia de muchos, no decido aceptar al 100%. Si bien existen países de primer mundo como Canadá, Suiza, incluso partes del mismo Estados Unidos en donde uno puede ser perfectamente respetado personal y profesionalmente sin importar las apariencias o algunos aspectos de vestimenta (calzado abierto, barba larga, vestimenta casual, tatuajes o piercings, por mencionar entre otros), en México estamos todavía años luz de valorar a la gente por lo que es más allá de por cómo se viste o arregla.
Hace poco tuve la oportunidad de experimentar la burla sana de varios amigos y compañeros que evidenció la diferencia notable entre la realidad en la que vivo y la que encuentro muchas veces a mi alrededor; sin entrar mucho en detalles, en un artículo de la empresa en donde trabajo envié a la sección de “conoce a” una foto mía en shorts, playera y calcetines sosteniendo a mi perrita Marvel. Sin rayar en la desfachatez reconozco que para dicha foto no estoy muy arreglado y mucho menos portando mis mejores galas, sin embargo decidí incluirla porque me pareció simpática y “familiar”; honestamente y siendo una sección llamada “conoce a” nunca cuestioné que la foto pudiera ser inadecuada, además siendo una persona que trata de vivir de forma sencilla y auténtica, los formalismos o las apariencias realmente me importan poco.
El tema de esta famosa foto y sus múltiples reacciones incluso en mi familia me hizo reflexionar en varias experiencias de mi vida en donde he presenciado, hecho y seguramente recibido crítica o discriminación porque “alguien” no cumple con protocolos o normas de sociedad. Si bien mi anécdota de la foto no pasará a ser más que una anécdota chusca, debemos aceptar que muchas veces la cosa no se queda ahí, tanto en nuestra vida profesional como personal. ¿Cuántas veces hemos clasificado a alguien por un rápido juicio de vestimenta al momento de conocerlo? ¿Cuántas veces le hemos atribuido calificaciones a su capacidad, inteligencia, educación o congruencia por su aspecto? ¿Cuántas ocasiones hemos cerrado puertas o negado oportunidades, apoyo, incluso una simple escucha a alguien por su apariencia física? Y finalmente, ¿Cuántas veces hemos sido nosotros quienes modificamos nuestra vestimenta e incluso nuestra personalidad para “pertenecer” a un grupo?
Si bien en todo ámbito existen etiquetas y códigos, debemos aprender a ser más ácidos y poder distinguir cuando un código obedece a principios como el respeto o la tolerancia, y cuando únicamente se ubican en la superficialidad y el consumismo, en una respuesta de lo que los medios, las corporaciones o nuestros introyectos nos dictan. Debemos elevar nuestra consciencia para distinguir pero sobre todo para criticar aquellos juicios arbitrarios, impropios y muchas veces utilitarios, que nos llevan continuamente a cambiar de auto, de ipod, de vestimenta, de léxico y de hábitos. Definitivamente la opción de criticar lo diferente y minimizar a alguien a una etiqueta como “ñoño”, “naco”, “geek”, “metrosexual”, “emo”, “cholo” o “hipster” es el camino fácil y además popular hoy en día, sin embargo si buscamos el crecimiento personal y social debemos arriesgarnos y esforzarnos a dar un paso más.
Descubrir al ser humano por lo que es y no únicamente su superficie requiere un contacto auténtico al cual no solemos ya exponernos. Partiendo de que todo empieza a nivel individual, es decir de un profundo autoconocimiento y definición de nuestro carácter, personalidad, miedos y creencias, podemos tener entonces la seguridad y la voluntad para poder expresarnos como somos, y así extender nuestro ser hacia los demás con tolerancia y entendimiento de que aquello que resulta diferente a nuestra formación, cultura, percepción o convencionalidad, es también valioso y único. El entender que cada quien tiene orígenes distintos que le dan sentido y forma a su ser y manera de expresarse, nos permite ampliar nuestra visión del mundo y nos brinda la oportunidad de aceptarnos y convivir mejor como sociedad, sin importar los límites y reglas que nuestros convencionalismos sociales y la moda enmarcan y definen hoy en día.
Toda moneda tiene dos caras y espero que esto no se malentienda. Existen normas de educación y de principios que son generalmente aceptadas y entendidas. Definitivamente no profeso la anarquía en donde cada quien pone sus reglas, sin embargo promuevo enfáticamente el cuestionamiento de toda aquella “norma” que nos impida vivir de forma auténtica y sobre todo, más humana. En una sociedad en la que cada día estamos más desconectados física y emocionalmente, creo que las reglas y los modelos de comportamiento deben de ayudarnos a vivir en cordialidad y tolerancia, sin por ello enmarcar e incluso engañar la forma, contexto y comportamientos con los que debemos vivir. Porque eso sí, aunque la mona se vista de seda…